SILENCIO…
SOLEDAD…
Leí
una vez entre los escritos de un monje trapense, san María Rafael
Arnáiz Barón: “Por la soledad y el
silencio navegan los pensamientos de Dios”.
Muchas veces en la vida, en mis diálogos,
cité esta frase lapidaria.
Estoy de
acuerdo. En la profundidad de esa soledad, silenciosa, ausente de ruidos
inútiles y estridentes que nos asaltan a diario, es donde podemos sentir, como
un susurro, como una suave brisa, la voz del misterio, la voz del creador.
Hay quienes no sienten esa necesitad
vital, y viven alimentando su alma, con ruidos, sonidos molestos, compañías
inoportunas; van pasando… y pasando, sólo haciendo eso… pasar.
Otros seres humanos, sentimos
por dentro un inmenso vacío, sabiendo que es imposible llenar, si no es con un
silencio elocuente, una soledad fecunda,
atisbando en cada instante, poniendo el oído atento, para escuchar la voz de
Dios. Vivimos atentos, para observar, al menos, por si se dibuja la tenue
figura, casi imperceptible del creador, elaborada a base de copos silenciosos
de nieve que caen sobre nuestro corazón, dibujando esa silueta en el silencio y la
soledad de nuestra más íntima intimidad…
Pienso que en lo más profundo de nuestra
alma diáfana hecha a base del hálito de vida, del soplo de Dios, tenemos un
hueco que sólo, sólo la presencia de Dios puede llenar.
De pequeñitos, nos tendría que haber
enseñado el arte de crecer por dentro, que es lo que le da al ser humano la
verdadera dimensión, para encontrarse cara a cara con la realidad de Dios.
A pesar de mi indigencia, siento en mí,
pensamientos grandes, sublimes que me hacen sentir algo que no se parece en
nada a esto que llamamos vida, que a tanto seres humanos los tiene
entretenidos, distraídos… “pasar por la vida pasando”.
El ser humano que ha pasado por la vida,
desde la cuna hasta la tumba, y ha
dejado rastro de luz, atestigua que ha pasado por ahí, que ha sentido, que ha
vivido, que ha sufrido, que ha disfrutado, que ha reído, que ha penado, que ha
querido, que ha amado…
No sé quien sembró en mí estas ansias
ilimitadas de infinito, no sé quien me enseñó a soñar, no sé quien puso en mí
ese deseo de eternidad.
Me resisto al pensamiento, casi grotesco
de creer que empezamos en la cuna y terminamos en un rincón, lleno de huesos
desordenados, mal colocados…y peor conservados.
Esta tarde, me siento solo, solísimo, con
mucho silencio, dentro y fuera de mí.
Pero…
No tengo más remedio que ir tomando
tierra, aterrizando, planeando y volver a la realidad, anodina, cruda prosaica,
aburrida, tediosa y…
FLORENTINO.
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