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miércoles, 6 de febrero de 2013

SILENCIO...SOLEDAD...





SILENCIO… SOLEDAD…
    Leí  una vez entre los escritos de un monje trapense, san María Rafael Arnáiz  Barón: “Por la soledad y el silencio navegan los pensamientos de Dios”.
     Muchas veces en la vida, en mis diálogos, cité esta frase lapidaria.
Estoy de acuerdo. En la profundidad de esa soledad, silenciosa, ausente de ruidos inútiles y estridentes que nos asaltan a diario, es donde podemos sentir, como un susurro, como una suave brisa, la voz del misterio, la voz del creador.
     Hay quienes no sienten esa necesitad vital, y viven alimentando su alma, con ruidos, sonidos molestos, compañías inoportunas; van pasando… y pasando, sólo haciendo  eso… pasar.
    Otros seres humanos,  sentimos por dentro un inmenso vacío, sabiendo que es imposible llenar, si no es con un silencio elocuente, una soledad  fecunda, atisbando en cada instante, poniendo el oído atento, para escuchar la voz de Dios. Vivimos atentos, para observar, al menos, por si se dibuja la tenue figura, casi imperceptible del creador, elaborada a base de copos silenciosos de nieve que caen sobre nuestro corazón,  dibujando esa silueta en el silencio y la soledad de nuestra más íntima intimidad…

    Pienso que en lo más profundo de nuestra alma diáfana hecha a base del hálito de vida, del soplo de Dios, tenemos un hueco que sólo, sólo la presencia de Dios puede llenar.
    De pequeñitos, nos tendría que haber enseñado el arte de crecer por dentro, que es lo que le da al ser humano la verdadera dimensión, para encontrarse  cara a cara con la realidad de Dios.
     A pesar de mi indigencia, siento en mí, pensamientos grandes, sublimes que me hacen sentir algo que no se parece en nada a esto que llamamos vida, que a tanto seres humanos los tiene entretenidos, distraídos… “pasar por la vida pasando”.
     El ser humano que ha pasado por la vida, desde la cuna hasta la tumba, y  ha dejado rastro de luz, atestigua que ha pasado por ahí, que ha sentido, que ha vivido, que ha sufrido, que ha disfrutado, que ha reído, que ha penado, que ha querido, que ha amado…
    No sé quien sembró en mí estas ansias ilimitadas de infinito, no sé quien me enseñó a soñar, no sé quien puso en mí ese deseo de eternidad.
     Me resisto al pensamiento, casi grotesco de creer que empezamos en la cuna y terminamos en un rincón, lleno de huesos desordenados, mal colocados…y peor conservados.
    Esta tarde, me siento solo, solísimo, con mucho silencio, dentro y fuera de mí.
Pero…
     No tengo más remedio que ir tomando tierra, aterrizando, planeando y volver a la realidad, anodina, cruda prosaica, aburrida, tediosa y…
                            FLORENTINO.

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