SEMANA SANTA.
La semana era otro tiempo, muy especial en
mi estancia en Pinofranqueado. Era una semana muy intensa en todos los
sentidos.
Los días más fuertes era el triduo
pascual: jueves, viernes y sábado santo. Estos días eran totalmente dedicados a
la parroquia.
Se terminaba muy cansado, de actos,
charlas, sermones, rezos, procesiones….
Tengo que confesar públicamente que el
jueves santo era para mí el día, más emotivo, de muy fuertes emociones.
Jamás olvidaré la SANTA MISA, el último
jueves santo, que celebré en la parroquia. Fueron tantas experiencias muy
íntimas que tuve…que... Cada vez que lo
recuerdo, no puedo por menos llorar. Fue la semana santa año 1992.
Fue un día cargado, de una fuerte vivencia
de fe, esperanza y caridad. Lo celebré al borde de las lágrimas en todo
momento, pasé toda la misa haciendo esfuerzos por no echarme a llorar
públicamente ante la iglesia abarrotada de fieles.
Confieso públicamente, que esa celebración la
viví segundo a segundo con una fuerte emoción, motivada por todo lo que yo
llevaba muy dentro de mí y que jamás nadie podrá saber, porque jamás lo
podré expresar. Se quedarán para siempre
en el santuario de mi corazón y cuando llegue a la otra orilla de la vida, me encuentre con Dios, a lo mejor se lo podré
explicar, aunque no será necesario…. Es
el día más sagrado. Todo ser humano
debería vivir y celebrar con toda la dimensión e intensidad con que aparece
relatado en la Biblia.
Voy a hacer otra confesión:
-A pesar de mi vida tan azarosa.
-A pesar de todos mis contratiempos.
-A pesar de mi pobreza y miseria
espiritual.
-A pesar de todos los pesares… cuando
llegara el final de mi vida quisiera, que la iglesia me dejara celebrar, y
vivir una misa del jueves santo.
Después cantaría desde lo más profundo de mí ser, el “Nunc dimittis”
Y ahora Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz,
Porque mis ojos han visto al salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos…
Luz de todas las naciones,
y gloria de tu pueblo de Israel.”
(Lucas (2,
29-32)
Son palabras del profeta Simeón. Por un
momento las haría mía al paso de esta orilla de la vida a la otra de la vida eterna.
El viernes santo lo recuerdo como un día,
sobre todo por la tarde cargado de infinita tristeza celebrando la muerte del
Redentor. La iglesia despojada de todo adorno, el cura vestido de rojo
pasión, postrado en tierra en medio del
pueblo. Un silencio elocuente… todo,
todo hablaba de pasión, cruz, clavos, sangre, humillación. Hasta el grupo
musical el Pescador, amainaba sus voces, que solo arreciaban, cuando los fieles
en hilera interminable se dirigían a
paso, lento y acompasado a adorar la santa cruz, “El madero donde Cristo está
clavado”…
Otro momento muy emotivo e intenso era la
vigilia pascual del sábado santo a media noche; los que asistíamos era una
experiencia muy cercana y emotiva. El volteo de las campanas a las doce de la
noche, el refrigerio en el salón parroquial… todo invitaba a la alegría
desbordada, al aleluya exultante.
El broche final de las celebraciones de
semana santa se ponía el domingo de
resurrección por la tarde. Los lugareños tenían la costumbre de marchar al
campo para comer con la familia y los amigos
el típico hornazo y otras viandas. El hornazo estaba relleno de embutido, jamón
chorizo y para remate en el medio el famoso huevo cocido con su cáscara y todo…
Algún alma piadosa siempre se acordaba de los señores curas y le preparaban uno
de los más grandes. Eran detalles para no olvidar nunca…
TOMADO DE MI LIBRO "TE QUIERO CONTAR"
Autor: Florentino Gómez
Autor: Florentino Gómez
No hay comentarios:
Publicar un comentario