LA VIDA DE UN PAYASO.
Él estaba solo, amaneciendo entre sombras
dormidas. Entre el silencio de su soledad y el abrigo de su sonrisa desnuda.
Entre La dureza del camino y la fragilidad de su rostro.
Miró hacia el cielo y comprendió que alguien le
había vestido el corazón con ternura. Que alguien dibujó una silueta viva y
gris en sus labios trémulos.
Él no entendía de batallas ni de arsenales, él
solamente estudiaba la geometría de una flor o una paloma rasgando la vestidura
azul del cielo, o simplemente llorar de alegría sin límites con todo su
entorno.
Conocía eternamente las calles mojadas, su
sombra cansada y su equipaje. Nada más, no tenía nada más; pero dentro de su
sonrisa lo tenía todo. Una siembra de ilusiones, entusiasmo, sueño y cuna entre
lo infantil y la inocencia de un niño.
Supo abrillantar sus torpes zapatos con la luz
mágica de una noche de estrellas.
Y en esos caminos que esconden su resplandor
hacia la memoria, dejó rodar una lágrima… una lágrima que viajó hacia donde
habitan los niños limitados, los que mueren con el lenguaje del frío y del
silencio como abrigo, los que enfermos cierran sus ojos gritando desde su
inocencia la ausencia de una madre.
De aquellos que pueblan las ceras de nieve
pidiendo el calor de las manos y los dedos…
Y… lloró, sí,
lloró las guerras y el grito de su violencia y el quebrar de su flor, de
su sonrisa de sus niños…
Navegó y navegará siempre por caminos
inhóspitos, pero nunca caminos extraños.
Él recorrerá horizontes mojados por rayos etéreos
y recorrerá imborrable, los confines eternos del mayor de los lenguajes: el
lenguaje del amor, de la paz, de la alegría, sin límites…
El siempre eterno lenguaje de dar sonrisas,
sabiendo caminar con su silencio…
(José Manuel Azabál )
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