RÉquiem por un ciprés… ( 10-8-2012 )
Ha muerto el ciprés de mi colegio;
ese inmenso y rectilíneo ciprés, que contemplamos centenares de niños jóvenes y
acogidos, durante casi cincuenta años, en el colegio de Formación Cristiana de
Alcuéscar…
Ese árbol, fino,
alargado, verde, frondoso en sus ramas, que yo vi sembrar en el patio del
colegio, hacia la derecha, camino de la
sacristía, cerca de la campana del patio.
Fue creciendo con
nosotros, niños en aquel tiempo, de calzón corto; iba entrelazando sus raíces,
en el silencio de la tierra, con las raíces,
de nuestra infancia, adolescencia y juventud; fue testigo mudo, de la
vida del colegio y de los ancianos de la casa de la Misericordia, que en
aquellos tiempos vivían junto a los niños en el mismo pasillo central.
Fue testigo de
nuestros juegos de nuestras ilusiones de nuestros gritos, de nuestras tristezas
y alegrías; del discurrir de nuestra vida en esas enormes paredes de nuestro
colegio de “Formación Cristiana.”
Contemplaba desde
su excelsa copa, que siempre iba en busca de la luz, nuestras esperanzas y
nuestras ilusiones y también nuestro afán de libertad.
Bajo su alargada
sombra me hicieron la primera foto, color sepia, cuando contaba sólo, diez primaveras.
Hace unos días, alguien que como yo creció
junto al ciprés, me dio la triste noticia de su defunción; No ha muerto de sed,
de soledad, de tristeza, no; sencillamente
ha muerto porque alguien ha decidido, que estorbaba y los pájaros que se
cobijaban en sus ramas, manchaban más de la cuenta. Se han necesitado cuarenta
y cinco años para caer en la cuenta de
que el ciprés era un estorbo…
¡Bendito sea Dios¡
como gustaba decir a D. Leocadio que lo mandó plantar;
Era un ciprés
especial, no era como los demás; esos que crecen tristes en los camposantos,
donde en sus raíces sepultan a los muertos;
no, nada de eso; era un ciprés, que junto a él crecía la vida, crecían
los niños, crecían los jóvenes, crecía la Obra de la Santa esclavitud de María
y de los Pobres.
Varias generaciones
de jóvenes y niños vio pasar a su lado, saludando en silencio con sus tupidas y
finas ramas.
A su lado crecieron en busca de otras tierras, en busca de
otras vidas, en busca de otros amaneceres y atardeceres.
Cuando lo sembraron
medía un metro, cuando lo arrancaron de cuajo, se alzaba alegre sobre la
terraza del colegio en busca de ese cielo azul intenso del pueblo de Alcuéscar.
Cuando éramos
niños, lo mismo que el ciprés mediamos poco más que él; y nos estiramos, y alargamos,
en busca de la luz sobre la terraza de nuestras esperanzas, lo mimo, lo mismo
que él, en busca de nuevos horizontes, en busca del azul de nuestros sueños de
niños y por esos aquí estamos.
Sí, tengo que
reconocerlo, esta tarde estoy triste, no porque, la largada sombra del ciprés
cobije en el camposanto, a los difuntos, su última morada… Sino porque el
ciprés vivo, alegre y esbelto, símbolo de muchas historias, vivas, ha muerto, y
algo de mí también ha muerto con él.
Sus raíces y mis
raíces, sus recuerdos, mudos y mis recuerdos vivos, sus vivencias, silenciosas
y mis vivencias, emotivas, estaban hasta ahora entrelazadas; me atrevo a decir
que también, la historia, de lo Obra de
la santa Esclavitud de María y de los Pobres.
He sentido como
si al arrancar sus raíces, mi historia personal desde mi infancia, se haya
resentido. Lo siento soy un nostálgico confeso. Los que no tenemos un presente
para aferrarnos, que valga la pena, miramos hacia atrás, buscando un pasado,
que nos identifique y nos afiance para no desesperar…
Si en esta tarde
calurosa de agosto estoy más sensible de la cuenta, también se debe a que solo
hace unos días, concretamente, el día seis de agosto, hizo 47 años que yo pisé
por primera vez mi colegio, y el patio donde poco después plantaron el ciprés.
Esta tarde cargada
de calima y polvo africano, siento tristeza; mejor, consiento esa tristeza,
estoy triste, y pienso que muchos alumnos formacionistas, que viven ahora en la
diáspora como yo, sentirían lo mismo, por el ciprés del patio de nuestro
colegio…
Una plegaria por
nuestro ciprés. Es que el ciprés de mi colegio, creo que tenía alma, tenía
historia, fue testigo mudo, de, millones de vivencias de miles de personas. Con
su figura, me hablaba cada día de la trascendencia, de la eternidad, de lo
efímera que es esta vida humana, con la
copa apuntando al cielo me gritaba siempre, que existe una vida más allá
de las estrellas.
Ya no volveremos a
escuchar la alegre melodía al amanecer, de los gorriones que anidaban felices
entre sus tupidas ramas; centenares de ellos, vivían, pernoctaban, cantaban,
jugaba en el querido ciprés. Lo mismo, lo mismo; como tantos niños, a lo
largo de muchos años, vivían, pernoctaban, cantaban, jugaban, reían, lloraban, entre esos inmensos
pasillos, que rodeaban el patio donde vivía el ciprés.
Los niños, tiempo
ha, cesaron en su algarabía, que tanto
alegraba a D. Leocadio; los gorriones, los últimos, lo acaban de hacer; han
emigrado hacia otras tierras, a otros árboles, a otros cielos…
Ya todo terminó;
lo dejo aquí porque si no las lágrimas,
me impedirán ver las estrellas, como decía mi poeta preferido TAGORE.
Por esos niños que al marcharse cantaron: “adiós al colegio adiós” por esos gorriones que
marcharon en bandadas, en busca de otro árbol y se llevaron sus bellos trinos
sus su algarabía sinfónica; un cariñoso
recuerdo, cargado de nostalgia.
Todos han dejado el
patio cargado de silencio, soledad y
tristeza… los niños, los gorriones y el inolvidable ciprés…
Firmado: Florentino Gómez Martín.
Interesante artículo para un interesante blog. No me gustaría ser el responsable de la muerte de ese ciprés. Aunque no le conozco de nada, le adelanto que dará de qué hablar. ¡Saludos!
ResponderEliminarGracias, muy original.
Eliminar